La próxima persona transexual, lesbiana o gay que sea madrina o padrino de un bebé bautizado en una parroquia católica, o en una catedral, de cualquier rincón del mundo, quizá no sepa que el proceso por el que llegará a asumir esa responsabilidad, crucial a los ojos de la Iglesia de Roma, empezó en Brasil, en el despacho de un obispo en São Paulo. En concreto, con una carta con seis preguntas dirigida a la Congregación para la Doctrina de la Fe que firmaba José Negri, titular de la diócesis de Santo Amaro, en la zona sur de la ciudad más poblada de América Latina. La santa sede, que recibió la misiva el 14 de julio pasado, la respondió casi cuatro meses después con una decisión firmada por el papa Francisco. Las novedades se conocieron a principios de noviembre. En síntesis, los fieles transexuales pueden ser bautizados, pero no es un derecho y requiere evitar desconcertar a los creyentes o escándalo público. Y los hijos de una pareja homosexual pueden recibir ese mismo sacramento siempre y cuando haya una esperanza fundada de que serán educados en la fe católica. Unos y otros pueden ser testigos de boda.
Las seis cuestiones fueron planteadas por el obispo Negri de manera clara y directa. Primera, “¿Un transexual puede ser bautizado?”. O la cuarta, “¿Dos personas homosexuales pueden aparecer como progenitores de un niño que debe ser bautizado y que fue adoptado o concebido con otros métodos, como el vientre de alquiler?”. La respuesta del organismo que se ocupa de las cuestiones doctrinales y teológicas de la Iglesia —la antigua inquisición— fue también concisa: tres páginas, incluidas múltiples notas a pie de página. El prelado brasileño ha declinado la solicitud de este diario de ser entrevistado sobre la consulta y sus consecuencias.
La decisión sobre si los católicos gais y transexuales pueden recibir algunos sacramentos causó menos revuelo que otro dictamen (sin relación con Negri) firmado por el Pontífice, conocido en diciembre y que ahonda aún más en su política de apertura de la institución. El Vaticano aprobó que las parejas homosexuales sean bendecidas, pero, importante, sin que ello implique equipararlas al matrimonio. La decisión ha generado hasta una pequeña rebelión de parte del clero en Perú.
El prelado diocesano, conocido aquí como Dom José, nació en Milán (Italia) como Giuseppe, pero lleva en Brasil desde que era un veinteañero. Es licenciado en Psicología por la Universidad Gregoriana de Roma. Tiene un ligero acento italiano, 64 años y 132.000 seguidores en Instagram, casi diez veces más que la diócesis que dirige. En las publicaciones en torno al día de noviembre pasado cuando el Vaticano anunció las novedades en respuesta a su consulta no hay ninguna referencia al asunto.
Pero, como el argentino Jorge Mario Bergoglio, Negri es partidario de que la jerarquía católica “escuche a las periferias”, sean urbanas, sociales o económicas. Antes, fue obispo en Blumenau, en el Brasil más blanco, tierras colonizadas por inmigrantes alemanes que preservan la lengua e incluso celebran la Oktoberfest. Hace unos años presidió la comisión de protección de la infancia de la Conferencia Episcopal brasileña. Entonces se comprometió a que la Iglesia afrontaría con firmeza los abusos sexuales en su seno.
El obispo de Santo Amaro “está en el espectro más conservador” de la Iglesia en Brasil y “es prudente como obispo”, explica Paulo Ricardo, del Instituto de Estudos da Religião. La diócesis que preside, con unos dos millones de católicos, debe su fama en buena medida al padre Marcelo Rossi, del movimiento Renovación Carismática Católica, que en los noventa fue un auténtico fenómeno de masas gracias a sus discos, a un Grammy Latino, las misas espectáculo y los métodos modernos de evangelizar.
Que esta consulta sobre gais y transexuales llegara a la Congregación para la Doctrina de la Fe precisamente desde Brasil no sorprende tanto si se tiene en cuenta que este es uno de los países donde la Iglesia católica tiene más fieles, aunque son un colectivo menguante ante el formidable empuje de los evangélicos. El matrimonio homosexual es legal desde hace más de una década. 15 años han transcurrido desde que la sanidad pública realizó la primera reasignación de sexo. Y aunque es el país donde más personas transexuales son asesinadas (entre los que llevan la contabilidad de esos crímenes), al mismo tiempo tienen representación en muchos ámbitos y su visibilidad es enorme. Dos diputadas trans se sientan en el Congreso y otras dos, en sendos Parlamentos estatales.
Luis Rabello, 35 años, secretario ejecutivo de la red brasileña de grupos católicos LGTBI, saluda estos cambios introducidos por el papa Francisco porque “sirven para dar visibilidad” a un colectivo que “siempre ha existido en la Iglesia, como fieles o sirviendo como catequistas”. Se alegra de que el Vaticano haya adoptado, por fin, unas normas para resolver cuestiones que hasta ahora abordaba de manera individualizada. Recuerda, al teléfono desde Brasilia, un caso de hace unos años: una mujer transexual que se había sometido a una operación de reasignación de sexo solicitó que su nombre muerto —el de nacimiento— fuera sustituido por el nuevo en su partida de bautismo. Logró su deseo. Ocurrió en Curitiba, una ciudad del sur de Brasil.
Sostiene el representante de los fieles LGTBI católicos de Brasil que la consulta del obispo Negri a la Congregación para la Doctrina de la Fe responde a una demanda social. “Las personas LGTBI reclaman más espacio en la Iglesia, reclaman respeto”, una tendencia que, explica, ha aumentado en los últimos años con los cambios sociales y con la esperanza que han generado en el colectivo los gestos del actual Pontífice, que, cuenta Rabello, ha recibido personas trans en la Santa Sede. Este, que es funcionario de profesión, considera los recientes dictámenes vaticanos “muy importantes para educar dentro de la Iglesia a curas, obispos…”.
Brasil tiene una veintena de grupos de católicos LGTBI repartidos por 10 Estados que se reúnen en persona, más otros virtuales, incluido uno de personas no binarias. Un sacerdote de la diócesis de Santo Amaro, la del padre Negri, hace seguimiento de estos grupos, según Rabello.
El papa Francisco tiene un hueco muy especial en el corazón de los católicos LGTBI brasileños por la respuesta que dio en el vuelo de regreso tras visitar Brasil, en 2013, a una periodista brasileña. “Francisco habló por primera vez de gais. ¡El primer Papa que pronunciaba la palabra gay!”, recuerda Rabello. Una revolución en una institución con dos milenios de historia. Aquel gesto y otros posteriores animaron a los fieles de este colectivo a buscar más información. Y a consultar en sus parroquias sobre el bautismo, el matrimonio, ser madrinas, padrinos de bautismo o de boda.
El pasado octubre, el prelado Negri contó un poco de su infancia durante una entrevista que le hizo otro sacerdote —ambos con alzacuellos— durante el llamado encuentro diocesano de la juventud. Recordó que su abuela lo introdujo en la Iglesia y le enseñó el Rosario (que recitaba en latín). “Mi ideal era ser monaguillo, pero Jesús quiso otra cosa”, explicó. El lema de aquel encuentro juvenil sonaba provocador: “Me sedujiste, señor, y yo me dejé seducir”. El obispo Negri aprovechó la ocasión para anunciar que estaba organizando un gran evento “para evangelizar en masa, en colegios, en estaciones de metro, en paradas de autobús, en universidades…”. La batalla entre católicos y evangélicos por las almas de los más de 200 millones de brasileños es intensa.
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