Soha Saad descansaba en el sofá de su casa cuando la mató una bomba el pasado 27 de septiembre. Tenía 24 años, vivía con su hermano y sus padres a las afueras de la ciudad sueca de Uppsala y acababa de terminar la universidad. La joven, que contaba los días para empezar a trabajar como maestra infantil, ignoraba que sus vecinos de enfrente, objetivos del atentado, pertenecían a bandas criminales. Y hacía días que, como otras decenas de delincuentes, habían huido a otras regiones tras el asesinato de la madre de uno de los capos de la mafia sueca, tiroteada en su casa por dos sicarios de 15 y 19 años.
Uppsala, 70 kilómetros al noroeste de Estocolmo, es una ciudad turística y universitaria. Una cuarta parte de sus 230.000 residentes son estudiantes, muchos de ellos extranjeros. Como el resto de principales urbes, sufre la plaga de tiroteos y explosiones que ha causado más de 400 muertes en el último decenio en el país escandinavo. El pasado septiembre fue estremecedor en Uppsala. El asesinato de la madre de Ismail Abdo, alias Jordgubben (El Fresa), derivó en una sed de venganza que parecía no tener límites y que pronto se extendió a otras ciudades. Aun así, el alcalde, Erik Pelling, sostiene que la situación ha mejorado en los últimos cinco años, los que él lleva al frente del gobierno municipal.
Pelling, de 47 años, asumió el cargo cuando la ciudad tenía las peores estadísticas de crímenes con armas de fuego de toda Suecia. En 2019 hubo 29 tiroteos; el año pasado, 17. En su segundo mandato, la seguridad sigue siendo prioritaria para el alcalde socialdemócrata. El éxito de algunas de sus políticas resulta más evidente en Gottsunda, el barrio más violento de Uppsala. A siete kilómetros del centro, y separado del resto de la población por un bosque protegido, Gottsunda dejó en diciembre de estar considerado por la policía sueca como uno de los lugares más peligrosos del país.
Aún aparece en la lista de los 61 barrios más inseguros, pero ya no está catalogado en el peor nivel, en el que figuran otras 17 áreas, sobre todo en torno a Estocolmo, Gotemburgo y Malmö. Todos los barrios de la lista destacan por la criminalidad, pero tienen más en común: mucho desempleo juvenil y fracaso escolar; ingresos bajos, alquileres más económicos y una clara mayoría de población de origen foráneo (nacida en el exterior o con padres extranjeros).
“Hay que lograr que los habitantes de Gottsunda sientan que las autoridades no les han dejado de lado”, recalca Pelling durante una visita en bicicleta por el barrio, en la que describe cómo ha cambiado la zona en el último lustro. Pelling recuerda que, cuando se hizo con la alcaldía, había calles “fuera de control” en las que no entraba la policía. Ahora hay muchas más cámaras de vigilancia; mejor iluminación, seguridad privada y una mayor presencia policial. Estos años también se han multiplicado los proyectos de educación social y las actividades extraescolares, y se han construido otro colegio y varios parques infantiles.
Pelling nació en una familia inconformista. Uno de sus abuelos luchó en 1936 en España con las Brigadas Internacionales; sus padres se mudaron un tiempo a Nicaragua tras el triunfo de la revolución sandinista. Él tiene la convicción de que todavía se puede hacer mucho más para evitar que los adolescentes caigan en las garras de las bandas criminales que aún operan en el barrio. El alcalde se muestra especialmente satisfecho con la construcción de un sistema de tren ligero que conectará Gottsunda con el resto de la ciudad, y con la reciente apertura de una oficina del servicio estatal de empleo. “Costó muchísimo que vinieran, pero es esencial para que aumenten las oportunidades laborales”.
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En menos de 15 años, Suecia ha pasado de ser uno de los países más seguros del mundo a tener la mayor tasa de homicidios con armas de fuego de toda la UE (duplica la de Croacia, el segundo) y una cantidad de explosiones —por bombas o granadas de mano— comparable a la de algunos países en conflicto.
El Gobierno de derechas que se formó en otoño de 2022 llegó con la promesa de reducir los niveles de violencia. El Ejecutivo liderado por el conservador Ulf Kristersson ha aumentado la cifra de policías a nivel nacional y ha otorgado a los agentes mayor flexibilidad para realizar escuchas y cacheos. Las estadísticas de crímenes con armas de fuego mejoraron ligeramente en 2023 respecto al año anterior, que marcó cifras récord (391 incidentes y 62 muertes). Sin embargo, hubo 149 explosiones, un 66% más que en 2022.
Inimputables penalmente
La espiral de ajustes de cuentas que vivió el país el pasado septiembre fue la peor hasta la fecha. En menos de 20 días, hubo más de 40 episodios violentos y 12 muertes. Los clanes liderados por El Fresa y Kurdiska räven (El Zorro Kurdo) —ambos criados en Uppsala y amigos íntimos durante mucho tiempo— se enfrentaron con tal brutalidad que el Gobierno de Kristersson recurrió al ejército para que colaborara con la policía en labores de logística, manejo de explosivos y trabajo forense. El Zorro Kurdo, que en verano sobrevivió a dos intentos de asesinato en Turquía, fue arrestado a principios de octubre en Irán.
Los últimos meses han sido relativamente tranquilos en Uppsala. No tanto en varias zonas de la periferia de Estocolmo, donde la violencia de los clanes desborda a la policía y, cada vez con más frecuencia, los peores crímenes son cometidos por menores de 15 años, inimputables penalmente.
Farsta es uno de los municipios del área metropolitana de la capital en los que la situación es cada vez más grave. Faiza Ali, somalí de 32 años, dependienta en una tienda de ropa, llegó al norte de Europa siendo bebé. “No quiero que mi hijo crezca aquí”, sentencia en una parada de autobús de una de las zonas más deprimidas de Farsta. Muy cerca, a un par de calles, tres personas resultaron heridas el pasado día 5 por la explosión de un artefacto en un edificio residencial. Abshir, el padre de Faiza, incide en que “Suecia ya no es la misma” que le dio refugio a principios de los noventa. “Huí de una guerra para acabar en otra. No son comparables, la de Somalia es infinitamente más horrorosa, pero allí al menos comprendía lo que sucedía y reconocía el peligro; aquí, no”, lamenta Abshir en árabe, traducido al inglés por su hija.
Faiza recuerda bastantes detalles de algunos de los sucesos más violentos que han alarmado a los vecinos de Farsta, como el tiroteo del pasado junio, en el que dos jóvenes dispararon 20 balas a la entrada de la estación de metro; mataron a dos hombres e hirieron gravemente a dos mujeres, ninguno era el objetivo. “Ahorro lo que puedo con la esperanza de que algún día podré alquilar una casa cerca del centro de Estocolmo, donde se vive al margen de esta pesadilla”, concluye Faiza.
El ministro de Justicia, Gunnar Strömmer, cifró en 62.000 las personas en el país con algún tipo de vínculo con las bandas criminales (uno de cada 168 habitantes). De estos, 14.000 serían “miembros activos”. “Hablamos de una delincuencia que amenaza al sistema, que controla el mercado de drogas con muchísima violencia, que silencia a testigos, que intimida a trabajadores sociales, que se infiltra entre las autoridades y en partidos políticos”, declaró Strömmer en diciembre .
Como en Farsta, son muchos en Gottsunda los que aspiran a mudarse. Sentados en un banco, tres veinteañeros, que prefieren mantener el anonimato, aseguran que su intención es independizarse cuanto antes y comenzar una etapa lejos del barrio. Encapuchados y fumando cigarrillos electrónicos, los jóvenes, sin empleo fijo y nacidos en Irak y Siria, contestan que ellos no se meten en líos, aunque sí conocen de vista a gente que ahora está entre rejas. El más dispuesto a hablar de los tres, y el único que se expresa fluidamente en inglés, considera que los niños capaces de asesinar a cambio de dinero suelen ser “aquellos que desde bien pequeños son los más problemáticos del colegio; los que no tienen ningún futuro y acaban drogados y con el cerebro lavado. Para algunos, matar es más sencillo que estudiar”.
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