Privacidad o transparencia: el dilema de la familia real británica que desata rumores, bulos y teorías conspirativas | Internacional

Hay un largo trecho entre robar una foto a una princesa convaleciente que pide respeto a su privacidad y acelerar la muerte de un rey para que la noticia llegue a la portada de The Times del día siguiente. Lo primero sucedió esta semana, cuando la página de cotilleos estadounidense TMZ logró la imagen más buscada por los paparazzi: la princesa de Gales, Catalina (Kate) Middleton, con gafas oscuras, en el asiento de copiloto de un Audi 4×4 que conducía su madre, en los alrededores de Windsor. Lo segundo, a las 11 de la noche del 20 de enero de 1936, cuando el doctor Lord Dawson decidió suministrar una elevada dosis de morfina y cocaína a un agonizante Jorge V, nieto de la reina Victoria, para que pudiera fallecer antes de medianoche y entrar en la portada del día siguiente del periódico favorito de aquel monarca.

Los británicos se enteraron de aquello 50 años después, cuando salieron a la luz los diarios del médico del rey. Hoy, las redes sociales y los tabloides exigen saber todos los detalles respecto a la salud de la princesa de Gales, y la falta de información desata las especulaciones y rumores.

Medios de todo el mundo publicaron la foto robada de la princesa de Gales. Aunque muchos, incluido EL PAÍS, no la llevaron a portada, y en su edición digital se limitaron a mostrar una captura del tuit de la cuenta de TMZ que mostraba la instantánea. En el Reino Unido, donde los medios abrieron crisis constitucionales o hicieron tambalear a la monarquía con fotos comprometedoras de Lady Di o de Sarah Ferguson, exmujer de Andrés, hermano del rey Carlos III, se optó esta vez por respetar la privacidad exigida por el equipo de comunicación de la princesa de Gales.

El rey Carlos III recibe este miércoles en el palacio de Buckingham al ministro británico de Economía, Jeremy Hunt, antes de la presentación de los presupuestosAaron Chown (via REUTERS)

“Todo esto ha abierto un debate que plantea hasta dónde debe llegar el derecho a la privacidad de los miembros de la familia real”, explica a EL PAÍS Richard Fitzwilliams, uno de los consultores de relaciones públicas y experto en asuntos de la realeza con más prestigio en el Reino Unido. “Los monarcas anteriores reinaron en épocas diferentes. A Jorge V se le suministró una dosis extra de morfina para que la noticia entrara en The Times; ni los ciudadanos ni el propio Jorge VI supieron nunca que tenía cáncer de pulmón, y tuvo que ser a través de la exclusiva de un periodista de The Sun como nos enteramos de que Isabel II había pasado en octubre de 2021 una noche en el hospital por culpa del coronavirus”. Tampoco había redes sociales, al menos con los dos primeros.

“Y está claro que, aunque vivamos una época diferente”, admite Fitzwilliams, “no deberíamos permitir que las redes sociales fueran el árbitro de este debate. Aunque probablemente hubiera sido inteligente una foto casual de Kate. Hoy en día, con nuestros teléfonos móviles, todos somos paparazzi. En el Reino Unido se ha optado por evitar la foto de TMZ, pero no es fácil encontrar el equilibrio de este dilema”.

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Y la era actual no privilegia a unas víctimas sobre otras. Meghan Markle, la duquesa de Sussex y esposa del príncipe Enrique, denunció este mismo viernes la “toxicidad aparentemente interminable” de las redes sociales, y el “abuso y acoso” que le tocó sufrir durante su dos embarazos. Es moneda de cambio, en la maraña de noticias, cotilleos y maledicencias que circulan por internet, la rivalidad entre Markle y Middleton, que ellas nunca se han esforzado en disimular (y en el caso de la primera, la ha admitido más abiertamente). “A medida que piensas en ello y das vueltas a tu cabeza, no dejas de preguntarte por qué la gente tiene tanto odio. No es algo malicioso, es cruel”, contó Markle al público de un evento celebrado en Austin en torno al Día Internacional de la Mujer.

No una sino varias incógnitas

La familia real británica ha tenido un comienzo de año aciago, y la culpa la han tenido sus equipos de comunicación y la estrategia desplegada. El rey Carlos III, de 75 años, ha querido ser más transparente que el resto, como corresponde al jefe de Estado, y ha explicado que padece cáncer y se retira de la actividad pública presencial mientras dure el tratamiento. Consecuencia: rumores y especulaciones sobre el tipo de cáncer que padece.

La duquesa de Gales, de 42 años, solo ha explicado que fue sometida a una “cirugía abdominal” a mediados de enero. Pasó dos semanas de convalecencia en el hospital, y ha desaparecido de la escena pública al menos hasta finales de marzo. Consecuencia: bulos y teorías conspirativas en las redes sobre la gravedad de su dolencia, y diagnósticos sin datos.

El palacio de Kensington se ha decidido finalmente este domingo a publicar en las red social X (antes Twitter) una foto de la princesa y sus hijos, tomada supuestamente a principios de la semana pasada, para intentar frenar los rumores. La excusa es la celebración del Día de la Madre en el Reino Unido, y Kate Middleton agradece en un breve mensaje “los amables deseos y apoyos continuados recibidos durante los últimos dos meses”.

Guillermo de Inglaterra, el heredero, excusó su presencia el pasado 27 de febrero, con apenas una hora de antelación, del servicio religioso celebrado en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, en honor de su padrino, Constantino de Grecia. Consecuencia: el equipo de comunicación del palacio de Kensington se vio obligado a explicar que su inesperada espantada no tiene nada que ver con la salud de su esposa.

Y cuando el diario The Times contó esta semana que la reina consorte Camila, que lleva un mes cargando sobre sus espaldas la representación institucional ―Guillermo se había tomado unas semanas para atender a la familia― iba a irse 10 días de vacaciones (“a un lugar soleado, fuera del país”) para descansar, la prensa mundial entró en pánico. La monarca lleva años yéndose de vacaciones en esta época del año, pero en la situación actual de confusión y bajas por enfermedad, su ausencia provocó la tormenta perfecta.

“Y eso es lo que sospecho que es: una tormenta en una taza de té”, abronca con cariño al corresponsal de EL PAÍS, por preguntarle sobre este asunto, Jonathan Sumption, historiador, abogado, exmagistrado del Tribunal Supremo y una de las mentes más lúcidas para ayudar a entender al Reino Unido. “Los únicos que se dedican a presionar por más información son los periodistas. La reina Camilla es una señora mayor, y la princesa de Gales es una mujer con una agenda completa y tres hijos. ¿Por qué están obligados a desvelar detalles íntimos sobre su salud? Dadles un respiro”, recomienda.

Pero si la prensa tradicional difícilmente tolera los vacíos informativos, en las redes sociales se vuelven insoportables. Los medios británicos han respetado tanto la decisión de Carlos III de no dar más detalles sobre su cáncer como la de Middleton de preservar su vida íntima. En el caso del primero, porque el nivel de transparencia ofrecido ha sido ―de momento― suficiente, y por el respeto debido al monarca. En el de Middleton, seguramente, porque las lecciones extraídas de los abusos que sufrió en su día Lady Di han servido para algo.

Como señalaba esta semana el corresponsal para asuntos reales de la BBC, Sean Coughlan, cuando la información se raciona excesivamente, las respuestas ofrecidas por los respectivos equipos de comunicación solo generan nuevas preguntas.

Aunque los expertos en imagen ofrecen una solución más sencilla al misterio que rodea a la princesa de Gales: al margen del error que ha supuesto la foto robada de TMZ, la estrategia perseguida por el equipo de Middleton era probablemente elegir el mejor momento, el mejor escenario, y el mejor vestuario para un regreso público que acallara los rumores y especulaciones.

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