Sumido en la pobreza y el desgobierno desde hace más de tres años, Líbano no se puede permitir una nueva guerra con Israel. Pero al hilo de la contienda en Gaza, 200 kilómetros al sur de la frontera común, los continuos lanzamientos de cohetes e incursiones de la milicia proiraní de Hezbolá y los contundentes ataques de represalia del ejército israelí, los más graves desde el conflicto armado de 2006, amenazan con desencadenar un enfrentamiento a gran escala.
“Hezbolá cometerá el peor error de su vida y echará de menos lo que pasó en la guerra de 2006″, advirtió hace una semana en la misma frontera libanesa el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, refiriéndose a un conflicto que se cobró la vida de 1.300 libaneses y 165 israelíes en 33 días de refriegas. Desde hace tres semanas, el despliegue de carros de combate Merkava IV, baterías de artillería y batallones de infantería es patente en la región fronteriza de la Alta Galilea.
Pocos días después, el líder del partido-milicia chií, Hasán Nasralá, se reunió en Beirut con dirigentes de Hamás y la Yihad Islámica Palestina para la “coordinación del Eje de Resistencia [contra Israel] para lograr una victoria en Gaza”, según un comunicado de Hezbolá. El escenario bélico que anuncian implica un diluvio de entre 150.000 y 200.000 cohetes almacenados en el sur de Líbano por la guerrilla proiraní, y la movilización de más de 20.000 milicianos, curtidos en más de una década de combates junto a las fuerzas gubernamentales en Siria, y de decenas de miles más de combatientes en la reserva.
“Técnicamente, la guerra ya ha empezado en el sur de Líbano, con enfrentamientos casi diarios entre fuerzas de Hezbolá [que ha sufrido medio centenar de bajas mortales en sus filas] y del ejército de Israel [con seis bajas mortales], desde el inicio de la guerra en Gaza”, sostiene el analista político libanés Nadim el Kak. “Pero no creo que vaya a extenderse al resto de Líbano, al menos por ahora. Va en interés de los militares israelíes no abrir otro frente en la frontera libanesa, que puede derivar en choques potenciales con Siria, además de desviarle de su prioridad: eliminar a Hamás”, argumenta en un intercambio de mensajes de voz este profesor de sociología en la Universidad Americana de Beirut.
Los partidos libaneses no han sido capaces de formar un Ejecutivo estable —el actual primer ministro, Nayib Mikati, sigue en funciones desde hace más de un año— tras el estallido de la crisis financiera en 2019, que ha devaluado la libra en más de un 90%. La mayoría de las fuerzas políticas reclaman ahora a Hezbolá (integrado en la coalición de gobierno provisional) que frene la escalada bélica. “El destino de Líbano está en juego”, ha advertido Walid Jumblatt, líder de minoría drusa, citado por Reuters. El veterano dirigente no recuerda otra amenaza existencial más grave para su país desde la guerra civil que lo desangró entre 1975 y 1990 y la invasión israelí de 1982, que no concluyó por completo hasta 2000. Frente al apoyo exterior recibido de Europa y los países del Golfo tras la guerra de 2006, pocos libaneses confían hoy en poder reconstruir su país si Israel cumple su amenaza de arrasarlo y devolverlo a la edad de piedra.
La economía libanesa ya ha empezado a verse golpeada por los efectos de la tensión en la frontera del sur. La actividad de los cafés y restaurantes ha caído entre un 50% y un 80% respecto a la semana anterior al conflicto, según ha informado el diario L’Orient-Le Jour. La cifra de negocio de los supermercados, en contrapartida, se ha incrementado hasta un 25%, sobre todo en los distritos chiíes del sur de Beirut, feudos de Hezbolá, por las compras de ciudadanos para acaparar alimentos en previsión de un estallido de las hostilidades. Lo mismo ocurre en las gasolineras.
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El temor a las consecuencias de los bombardeos israelíes ha llevado a la compañía aérea de bandera MEA a trasladar la mitad de su flota a Turquía para ponerla a salvo. Mientras se mantienen aún en servicio algunos vuelos regulares, han comenzado a evacuar a su personal no esencial la mayor parte de las legaciones diplomáticas, al tiempo que recomiendan a sus ciudadanos que abandonen el país si su presencia no resulta imprescindible.
Tras la devastadora explosión que causó en 2020 más de 200 muertos y cerca de 7.000 heridos en el puerto de Beirut, las desgracias se suceden en el país de los cedros. “Líbano sufre el peor desastre económico en un siglo, en una nación gobernada por un régimen de señores de la guerra durante los últimos 30 años. La corrupción desenfrenada lo ha convertido en un Estado fallido, sin servicios para el pueblo”, cuestiona Carmen Gea, exprofesora de Administración Pública en la Universidad Americana de Beirut, quien recuerda que uno de cada cuatro habitantes (5,5 millones, con una caída brutal de cerca del 20% desde 2015) tiene la condición de refugiado, sirios y palestinos en su gran mayoría.
“Lamentablemente, Líbano no es un Estado soberano y seguirá viéndose afectado por la geopolítica de la agenda expansionista de Irán en la región. Lo que está sucediendo en el sur del país es muy peligroso. Incluso si no se propaga, pone a miles de residentes en riesgo de muerte al verse arrastrados por el conflicto”, advierte Gea, que en la actualidad investiga sobre migraciones y género en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
“No sabemos si habrá guerra, ni dónde afectará, ni cuánto tiempo durará”, concluye Gea un intercambio de mensajes de texto, “pero vivir bajo esta situación de incertidumbre y amenaza, sumado al desastre económico, está minando el ánimo de la gente”. La coordinadora de la ONU en Líbano, Joanna Wronecka, ya está coordinando con el Gobierno de Beirut un plan de emergencia en caso de conflicto, informa Efe.
Los enfrentamientos y escaramuzas entre Hezbolá y el ejército israelí, encadenados en la frontera libanesa desde hace tres semanas, llevan el sello de una guerra de desgaste, dirigida a desviar la atención sobre el conflicto en Gaza. El menor error de cálculo, empero, puede desatar una conflagración abierta, como ocurrió en 2006 con la incursión de la milicia chií en la que murieron tres soldados israelíes.
“No creo que la guerra se extienda, pero si alcanza una dimensión regional implicará a Líbano y Siria, junto con otros actores, envueltos en el conflicto mediante el envío de armas a los contendientes”, prevé el analista Nadim el Kak, quien destaca que, si bien una mayoría de los libaneses no apoya a Hezbolá, casi todos respaldan la resistencia contra Israel. “Tras décadas de invasiones, bombardeos y ocupación en el pasado, es importante hacer esta distinción”, puntualiza este experto, “ya que el partido-milicia representa una resistencia de facto y el ejército libanés no se enfrenta al de Israel directamente”.
Base de operaciones de Irán
“La cuestión estratégica es saber hasta qué punto las presiones desde el interior de Líbano van a influir en Irán y Hezbolá”, apunta Zvi Barel, corresponsal para el mundo árabe del diario israelí Haaretz, “aunque lo más previsible es que ambos aliados prefieran no perder (si es arrasado por Israel) el país que proporciona a Teherán su principal base de operaciones en Oriente Próximo”.
La escalada bélica en el frente libanés ha forzado un éxodo de civiles a ambos lados de la frontera. Cerca de 20.000 personas han huido hacia el norte de Líbano, según la Organización Internacional de Migraciones de la ONU. “Hay gente que ya ha abandonado el sur en busca de otras alternativas, pero muchos otros no tienen adónde ir. El impacto de una guerra en Líbano sobre la población civil puede ser muy muy negativo”, subraya el profesor El Kak.
En el lado israelí, una ciudad entera y decenas de pequeñas poblaciones han recibido una orden militar de evacuación. Más de la mitad de los 23.000 vecinos de Kyriat Shmona, atrapada entre la frontera libanesa y los Altos del Golán, se han marchado ya a casa de familiares o a hoteles costeados por el Gobierno. “Una cuarta parte de la población se resiste todavía a abandonar sus hogares a pesar del peligro que representa la cercanía al escenario de combates”, reconocía esta semana la concejala de Servicios Sociales de Kyriat Shmona, Aviva Rihan-Whitman. Este mismo sábado, la aviación israelí ha bombardeado posiciones de Hezbolá en el sur de Líbano, desde donde se lanzaron horas antes hacia Israel misiles y cohetes antitanque.
‘Cascos azules’ en el punto de mira
Cuando callaron las armas en la guerra de 2006 se desplegaron en la Línea Azul que traza la frontera divisoria 10.800 militares de 40 países, entre ellos más de 600 españoles. Integran desde entonces una fuerza de interposición internacional, la Fuerza Interina de Naciones para Líbano (FINUL). El actual conflicto también resuena en esa misión. Este mismo sábado, un proyectil impactó dentro del cuartel general, situado en Naqura. “Afortunadamente, no explotó y nadie resultó herido, pero nuestra base quedó dañada”, señaló la FINUL en un comunicado. No era la primera vez. El pasado día 15 cayó un misil cerca del puesto de mando del comandante de la misión, el general español Aroldo Lázaro, que ha llamado a las partes enfrentadas a ejercer la máxima contención y a coordinarse con el contingente militar de la ONU para impedir una escalada bélica. El grueso del despliegue español se concentra cerca del pueblo de Marjayun, en la parte oriental de la frontera, en el área israelí de Metula y Kyriat Shmona y los Altos del Golán, meseta siria ocupada por el ejército desde 1967. Allí murió en 2015 el cabo español Francisco Javier Soria Toledo, encuadrado en la FINUL, a causa del impacto de un proyectil israelí presuntamente dirigido contra un bastión de Hezbolá.
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