Como cada último fin de semana de octubre, los españoles vuelven a atrasar una hora el reloj este sábado día 28. A las tres serán las dos y, como consecuencia, amanecerá y anochecerá antes. A pesar de que la mayoría de españoles está de acuerdo con acabar con este desfase horario que se produce dos veces al año —la otra, a finales de marzo—, no hay consenso entre la opinión científica y la de la población general respecto a qué horario mantener. El de verano agrada más a dos de cada tres ciudadanos, mientras que el de invierno suscita un consenso mayoritario entre los expertos por temas de salud. En este segundo grupo se encuentra Ferran Barbé (Alguaire, Lleida, 1961), que es catedrático de Medicina en la Universitat de Lleida y uno de los investigadores más influyentes en temas relacionados con el sueño, según la revista Sleep and breathing. Barbé atiende a EL PAÍS desde su despacho en el Hospital Universitari Santa Maria de Lleida a través de una videollamada en la que defiende mantener “un horario fijo” durante todo el año y que sea “el de invierno”.
Pregunta. ¿Cómo afecta el cambio de horario a la salud?
Respuesta. A nivel individual, el cambio de horario repercute negativamente sobre la actitud, el carácter, la capacidad de concentración o la calidad del sueño. Se calcula que el impacto suele durar entre tres días y una semana aproximadamente, por lo que no hay que dramatizar, pero las consecuencias existen. Hay diversos estudios que asocian la alteración horaria con un aumento de problemas cardiovasculares e incluso de accidentes de tráfico, especialmente cuando se realiza el cambio de verano, que es el que nos resta una hora de sueño. Esto se debe a que estamos adaptados a un ritmo de luz y oscuridad que nos ayuda a segregar la melatonina [hormona que regula el sueño] y, cuando se desajusta de repente, perdemos capacidad para dormirnos.
P. ¿Y por qué es preferible el de invierno al de verano?
R. Por el reloj biológico. Despertarse y empezar la jornada laboral con luz solar, como ocurrirá a partir de este fin de semana, hace desaparecer la melatonina y nos ayuda a estar más activos. Y lo mismo ocurre por la tarde; cuanto más se alargan las horas de luz, más se tarda en segregar la hormona. Además, el cambio de horario se instauró en 1974 por motivos económicos relacionados con la crisis del petróleo. Pero, en la actualidad, no está demostrado que se obtenga una mayor eficiencia energética.
P. En el Boletín Oficial del Estado están ya publicados los cambios de hora hasta octubre de 2026. ¿Será ese el último año?
R. Es probable, pero todavía no es oficial. Hay consenso en la Unión Europea de dejar de hacerlos desde 2018, pero en España no está decidido con cuál quedarnos.
P. ¿Cómo se explica que el 66% de los españoles prefieran el de verano?
R. Se valora mucho la vida social, la vida comunitaria. A partir de la semana que viene, cuando se haga de noche sobre las seis de la tarde, a las personas les apetecerá menos hacer planes de ocio. Y después está el tema de la palabra con la que definimos cada uno de los horarios: el de verano se asocia a descanso y más buen rollo, mientras que el de invierno, a frío, oscuridad… Estrella Damm no hace un anuncio en invierno [entre risas].
P. ¿Qué grupos de población son los más afectados?
R. Los niños y los ancianos son más susceptibles. Los primeros porque necesitan dormir más horas de sueño y, los segundos, por su mayor grado de vulnerabilidad general. Aunque también aquí hay que remarcar que se nota más en el cambio de primavera, por tener una hora menos para dormir.
P. Más allá del horario, ¿qué otros factores alteran la rutina del sueño?
R. La estimulación lumínica de cualquier dispositivo como ordenadores, móviles o tabletas, una cena abundante o hacer deporte en las tres horas antes de dormir son factores que no favorecen la secreción de melatonina. También la temperatura o el ruido externo. Todas estas cuestiones provocan insomnio, que afecta a casi un 10% de la población, e impide tener un sueño de calidad. Y estos problemas se pagan en salud: más riesgo de hipertensión, de diabetes, de alteraciones cardiovasculares…
P. ¿Socialmente, está mal visto dormir mucho?
R. Parece que dormir es sinónimo de ser un vago. Pero cada uno tenemos un reloj del sueño biológico, que es genético e inmutable. Las necesidades de cada individuo son variables, desde cuatro o cinco horas hasta ocho o nueve. Y hay que respetarlas si queremos ser productivos.
P. ¿Existe una desregulación del sueño en España por el huso horario al que estamos adscritos, que es el de Europa central?
R. La desregulación existe porque tendríamos que comer a la una y cenar entre las siete y las ocho. Pero esto choca con la actividad comercial y los hábitos sociales, por lo que el cambio tendría que ser global. No tiene sentido que tengamos la misma hora que en Praga.