La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, ha aterrizado en Washington para mantener este jueves un encuentro con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. La cita, publicitada por todo lo alto por la delegación italiana, servirá para tratar diversos asuntos que ambos países comparten en su agenda internacional. También para subrayar esa sensación de movimiento que Meloni busca esbozar en la primera parte de su mandato para diluir la realidad de hieratismo político que representa en Italia. Pero, sobre todo, para tratar de resolver un problema de gran envergadura que uno de sus predecesores, Giuseppe Conte, le dejó sobre la mesa del Palacio Chigi: la participación de Italia en la nueva Ruta de la Seda china.
Las agendas que comparten ambos países tienen una relevancia moderada en este momento. Más allá del envío de armas a Ucrania y los créditos que se negocian para que Túnez pueda hacer frente a su situación de quiebra económica y evite el aumento de los flujos migratorios a Europa —con escala en Italia—, todo el mundo piensa en China. EE UU asistió con estupor a la entrada de Italia en el acuerdo con el gigante asiático y ahora intenta, más o menos sutilmente, revertir una situación propiciada por el Gobierno de Giuseppe Conte. El problema es que la no renovación del acuerdo con China acarrearía también represalias comerciales del gigante asiático en un momento en el que Italia no puede permitirse ningún contratiempo económico.
La presión que está recibiendo Italia por ambos lados es enorme. Y al mismo tiempo, aumentan las iniciativas europeas relativas al llamado de-risking (el plan para reducir la dependencia económica de China en sectores estratégicos) propuestas por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Liquidar el acuerdo sería la punta de lanza de una política internacional completamente inclinada a EE UU y que cristalizaría en otras áreas geopolíticas.
La situación se remonta a marzo de 2019, cuando Italia se convirtió en el primer país del G-7 en formar parte de la nueva Ruta de la Seda china, el ambicioso proyecto de infraestructuras que pretende conectar Europa, Oriente Próximo y Asia. Pese a los recelos de la Unión Europea, que veía en Pekín un “rival sistémico”, el presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, sellaron en Roma un memorándum de entendimiento para asegurar la entrada del país transalpino en la gran red de infraestructuras china repartida por los cinco continentes y también una treintena de acuerdos de colaboración en diferentes campos.
Italia, en plena recesión técnica y con una necesidad apremiante de inversión y financiación, consideró que el acuerdo podía ser un respiro. En el otro lado de la mesa de negociación, China veía en los puertos italianos un lugar ideal desde el que difundir sus productos e inversiones, consciente del valor simbólico y político del acercamiento para afianzar su papel a nivel global. La apertura a la Belt and Road Initiative, conocida como la nueva Ruta de la Seda, y el acercamiento al gigante asiático llevaba años fraguándose en Italia. Sin embargo, el gobierno de coalición entre el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la Liga fue el que terminó de ejecutarlo.
La presión y las reticencias de la Unión Europea y de Estados Unidos, que temían un aumento de la influencia asiática en el Viejo Continente, limitaron en parte las negociaciones. De los 50 acuerdos iniciales previstos, se firmaron solo 29 y se dio un importante paso atrás con el bloqueo de la entrada del Huawei, la compañía china líder en la tecnología móvil de quinta generación, en el desarrollo de las redes 5G en Italia.
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Biden invitó a Meloni a Estados Unidos el pasado 26 de junio en una conversación telefónica, aunque en ese momento no se especificó la fecha. Esa charla destacó ya su apoyo “inquebrantable” a Kiev y se produjo un día después de que el presidente estadounidense conversara con sus homólogos de Francia, Alemania y el Reino Unido también sobre la invasión rusa. En cualquier caso, el viaje es, para la primera ministra italiana, un espaldarazo a su política internacional, con la que gesticula de forma ostentosa en los últimos tiempos mientas dentro de las fronteras europeas los avances no parecen estar a la altura de las expectativas en asuntos como la ejecución del Plan de Recuperación pospandemia, cuyos fondos siguen suspendidos para el país que representa, o de la gestión de asuntos clave para Italia como la inmigración irregular, que se ha multiplicado desde que es primera ministra.
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