Hace dos años, Charo Serrano sufrió un trombo pulmonar que la dejó entubada en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Reina Sofía de Murcia. Solo había transcurrido un año y medio desde que se quedó viuda sin su marido y compañero inseparable durante 51 años. Casarse con él fue, confiesa, la mejor y más afortunada elección de su vida. Tuvieron dos hijos, con los que Serrano mantiene una relación estrecha, pero tras el alta médica, y de vuelta a su hogar, las paredes se le cayeron encima. El aviso sobre su salud, el silencio abrumador, el peso de la ausencia y sentirse rodeada de tantos recuerdos en una casa ya demasiado grande le hicieron replantearse a sus 72 años la nueva situación y, desde ese convencimiento, tomar impulso: “Fue como un despertar. Necesitaba una solución a la que agarrarme, un motivo para arreglarme y salir de la monotonía”, describe. Pensado y hecho, Serrano se apuntó en el Centro Social para Mayores de Murcia, un lugar en el que ahora pasa los días asistiendo a talleres, visitas guiadas y excursiones, con la compañía diaria de otras personas que sienten y padecen lo mismo que ella: una soledad que lo invade todo.
Su compañero de grupo, Francisco Soto, de 77 años, también sucumbió a esa misma ola de aflicción interior. El año pasado, y a pesar de que se mantenía activo como asesor financiero ayudando a sus tres hijos y en los ratos libres cantando canciones de Los Bravos y Elvis Presley junto a su fiel grupo de música, notaba que le faltaba algo. Durante la pandemia su mujer quiso mudarse de la ciudad al campo, una decisión que hoy por hoy sigue firme y que cambió su relación casi de forma radical: apenas se ven una vez por semana. Ni siquiera su personalidad intrépida, curiosa y valiente, sus largos paseos diarios, sus trabajos como tesorero en la cofradía del Santo Sepulcro y sus ensayos semanales eran suficiente para experimentar otra vez una cierta plenitud.
Tras acudir al centro de salud este verano, su médico le diagnosticó un cuadro clínico de ansiedad y le animó a que probara el programa Siempre acompañados, un proyecto de la Fundación La Caixa que empodera a los mayores para que ganen confianza en su proceso vital y sepan gestionar la sensación de sentirse o saberse solos. La iniciativa, suscrita en este caso con un convenio de colaboración entre la Fundación, el Ayuntamiento de Murcia y Cruz Roja, trabaja con distintas entidades públicas del país para aunar esfuerzos y actuar en conjunto desde cualquier entorno y comunidad. Como afirma Soto: “Dormía mal y me levantaba con muchísima ansiedad y dolores de estómago. Ahora me encuentro mucho mejor. Tengo metas para afrontar los días, planes… Animo a que todo el mundo que se sienta así lo pruebe”. Precisamente para concienciar aún más sobre este problema, Fundación la Caixa ha lanzado la campaña La soledad no se ve, se siente, con la que hacer visible y sensibilizar a la sociedad sobre una realidad cotidiana en cuya mejora todos podemos colaborar.
Gracias a esta iniciativa, Soto conoció a Jéssica Meseguer, técnica del proyecto desde hace casi tres años y trabajadora social de Cruz Roja. Fue su voz y su afabilidad, dice Soto, lo que definitivamente le retuvo en el programa: “Hay personas que enganchan y que te inspiran una confianza sin saber muy bien por qué. Jéssica es una de ellas”. Cada día, Meseguer trabaja con los usuarios de Siempre acompañados, centrándose en la historia de cada uno. El objetivo es hacerles su plan personalizado teniendo en cuenta sus entornos cotidianos: desde el pequeño comercio que frecuentan, el quiosco, o hasta su centro de salud, para saber cuáles tienen sentido que intervengan. “Yo soy solo un engranaje más en esta cadena. El fin es hacerles un traje a medida y que todos trabajemos en conjunto para volver a hacerles más amigabable su entorno cotidiano”, asegura. Para ella, lo prioritario es trasladarles lo valientes que son por haber decidido dar el paso y “poner en valor todas sus capacidades y fortalezas”. Un ejercicio diario que, según reconoce, le libera de estereotipos y prejuicios.
Javier Gómez es otro de los voluntarios. A sus 71 años, trabaja en el Grupo de Acción Social ayudando a las personas integradas en esta red y en colaboración con distintos agentes sociales. Gómez cuida de su madre nonagenaria y procura echar una mano a los vecinos más mayores. En su encomiable labor con el prójimo aún le queda tiempo para dedicárselo un día a la semana a Charo y a Francisco. Les escucha y atiende en lo que necesiten: “Lo único que me importa es que sepan que me tienen ahí para ellos. Demostrarles que no son un número más y que estoy siempre dispuesto”, añade. A su edad, confiesa que no tiene nada que le haga más feliz que sentir lo que aporta y recibe de la sociedad. “Me ayuda también como posible futuro usuario del programa. Cuando mi madre falte, estaré solo, así que esto me servirá como aprendizaje”, sostiene.
Una realidad que pasa desapercibida
Estar solo, sentirse solo. Hay tantos tipos de soledad como personas que la sufren. Como se ve en el caso de alguien tan activo como Francisco Soto, no consiste siempre en un aislamiento social o físico; esa circunstancia no es la única que conduce hasta la tristeza o la apatía. Según el estudio Soledad no deseada y personas mayores, elaborado por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, todos los tipos de soledades tienen un mismo origen, un denominador común: la pérdida. Esther Camacho, autora del informe, neuropsicóloga y gerontóloga en la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, sostiene que no depende únicamente de la ausencia de contacto social o de algo tan frecuente entre personas mayores como llevar una vida solitaria durante la viudedad, sino más bien de la trayectoria vital que se haya recorrido: “Prescindir de la participación en un grupo social, como es el trabajo; dejar amistades y rutinas en nuestro círculo de relaciones; ver mermadas tus capacidades y tu autonomía física y, por supuesto, perder a la pareja derivan en crisis relacionadas con la soledad”, detalla. Un estado que la mayoría de sus pacientes resumen en sensación de vacío y en una vida carente de sentido que se va borrando poco a poco. Como si ya no contaran como individuos.
Las mujeres son mucho más proclives a hablar sobre su situación. Los hombres se lo guardan todo mucho más, y eso provoca que lo somaticen, se cronifique y derive muchas veces en adicciones
Esther Camacho, neuropsicóloga y gerontóloga en la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología
La prevalencia a sufrir esa soledad no deseada suele aumentar a partir de los 70 años, aunque puede irrumpir de manera inesperada en cualquier momento. “Es una realidad muy extendida pero, a su vez, invisible. Por eso pasa desapercibida ante los ojos de la sociedad. Aún hay mucho estigma y eso hace que a los mayores les incomode o les dé vergüenza contarlo”, opina Camacho. Y el factor que más diferencia a hombres y mujeres es precisamente la forma de expresar ese sentimiento: “Las mujeres son mucho más proclives a hablar sobre su situación. La mayoría, casi todas viudas, me preguntan que qué hacen aquí y por qué siguen vivas. Su motivo de existencia eran sobre todo sus maridos y añoran la presencia de personas en general. Los hombres se lo guardan todo mucho más, y eso provoca que lo somaticen, se cronifique y derive muchas veces en adicciones como el alcoholismo”.
Escuchar, guiar y acompañar
En España, según datos del INE publicados en 2022, hay cerca de 9,3 millones de personas mayores de 65 años y, de los cinco millones de hogares unipersonales, dos millones están habitados también por mayores de 65. Pero según el psicólogo, gerontólogo y director científico del programa de Personas Mayores de la Fundación La Caixa, Javier Yanguas, cuantificar con datos exactos la soledad es algo casi imposible: “Hay estudios que demuestran que un 40% de las personas mayores que viven acompañadas también se sienten solas. Es un tema tan amplio y complejo que no existen datos concretos. Nosotros nos basamos en distintos informes para hacer hipótesis y estimaciones, como la de que existen cerca de 3 millones de personas que se sienten solas”, aclara Yanguas.
Precisamente para aliviar este problema y encontrarle soluciones nació el programa Siempre acompañados de Fundación la Caixa, que implica a más de 400 entidades públicas, 500 profesionales y una red de más de 300 voluntarios en España, como Jéssica y Javier. Gracias a la labor de ambos, consiguen empoderar a las personas mayores y convertirlas en sujetos activos, acompañándolas en su proceso de envejecimiento y en la búsqueda de una vida plena a través de relaciones de bienestar y apoyo. Otro de sus cometidos es dar a conocer el programa en entornos tan cotidianos como centros de salud, residencias, farmacias, barrios, juntas de vecinos, o comisarías. El objetivo es buscar la participación de la ciudadanía y del entorno comunitario para sensibilizar y concienciar a la sociedad sobre la importancia de este problema que se extiende con el aumento de la esperanza de vida.
Y es la escucha activa uno de los gestos más simples que podemos hacer como individuos, según coinciden Jéssica Meseguer y Javier Gómez. Bastaría con un simple saludo en el transporte público o en la panadería de nuestro barrio. Una opinión que Esther Camacho también ejemplifica: “En la pandemia, vimos una unión y un vínculo increíble de toda la sociedad hacia los mayores. Jóvenes y vecinos les hacían la compra, les cocinaban, les llamaban… ¿Dónde ha quedado esa generosidad? Tenemos que recuperarla”.
Charo Serrano y Francisco Soto han conseguido recuperar el ánimo. Ahora, hacen gimnasia a diario, salen con amigos, cantan, cocinan, y se apuntan a cualquier actividad que les saque de casa. Entretenerse, estar activo, tener un motivo, eso es lo que más les importa: “Salir, salir, salir y salir. De manera casi automática, me arreglo y me voy porque, si no, te hundes”, comenta Serrano. Ellos han vuelto, poco a poco, a ver luz al final del túnel.
Cuando la soledad no se ve pero sí se siente
El programa Siempre acompañados ha atendido este año a más de 2.000 personas mayores de 65 años en situación de soledad no deseada gracias a una extensa red de más de 60 centros propios y 570 conveniados con las administraciones públicas en España. Este año, con motivo del Día Internacional de las Personas Mayores el pasado 1 de octubre, la entidad lanzó la campaña de sensibilización La soledad no se ve, se siente para hacer visible una realidad invisible que afecta a casi tres millones de personas en nuestro país: “Como recogen varios análisis, la soledad tiene una prevalencia de entre el 24% y el 40% en personas mayores de 65 años. Por lo tanto, en España estaríamos hablando de entre 2,2 y 3,7 millones de personas en situación de soledad. Teniendo en cuenta una hipótesis media de prevalencia, se puede afirmar en base a los estudios revisados, que aproximadamente casi 3 millones de personas mayores sufren soledad”, asegura Javier Yanguas, director científico de la Fundación La Caixa.
El objetivo es mostrar a la ciudadanía lo que sufre una persona mayor que se siente sola y cómo un simple saludo importa: “Prestar atención a nuestro alrededor, a nuestros vecinos con los que nos cruzamos a diario, dirigirnos e interesarnos por ellos, establecer contacto, es el primer paso para detectar la soledad cerca de nosotros. Vivir en comunidad implica que debemos ser capaces de cuidarnos entre todos”, afirman desde la entidad.
Créditos
Redacción: Micaela Llorens.
Fotografía: Alfonso Durán.
Coordinación editorial: Francis Pachá.
Diseño y maquetación: Rodolfo Mata y Juan Sánchez.